Hoy es un día para recordar este plato tan sabroso y sencillo de la cocina de mi abuela y de tantas otras abuelas de la aldea.
Mi abuelo era manco, le faltaba el brazo derecho y aunque cazaba alguna liebre lo de pescar no era lo suyo.
Sin embargo un vecino era pescador y de los buenos y en el Río Negro había y todavía hay truchas. Es un río de aguas límpidas en las que se ven hasta las piedras del lecho aunque se le llama Negro porque a sus orillas crecen umeros, robles y álamos y en bastantes tramos es sombrío.
Pues éste vecino pescador, en temporada, siempre traía al pueblo la cesta repleta y hacían trueque o se le compraban.
Y mi abuela las limpiaba y las hacía casi siempre de esta manera que describo a continuación y estaban tan ricas que cuando las ponía en la mesa no quedaban ni las raspas.
PREPARACIÓN:
Se limpian las truchas y se abren dejando las cabezas. Se ponen a rehogar en una sartén con manteca o aceite de oliva y se sacan cuando están doradas.
En el aceite de freír las truchas se echa una cebolla a cuadrillos, tres o cuatro dientes de ajo cortados, orégano y laurel y cuando están ligeramente dorados se le añade una cucharada de pimentón, un vaso de vino blanco y se meten las truchas dándoles un hervor durante diez o doce minutos. Se tapan y se dejan reposar. Se pueden comer también frías.
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